ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)

Abril 2024

Del libro: “LA EUCARISTÍA AL RITMO DEL TIEMPO Y DE LA VIDA DEL CRISTIANO” de José Luis Esteban Vallejo.

Manual del adorador de Jesús Sacramentado en la Adoración Real, Perpetua y Universal (ARPU): doctrina-oración-práctica.

La Eucaristía se nos da para que toda nuestra vida, a imitación de la de la Virgen María sea “eucarística”: un Magníficat (cf. Eccl.de Euch. n. 58) ¡Magnífico plan de vida!

Para construir un edificio hacen falta unos planos; para realizar un libro, un organigrama del mismo; para desarrollar un curso o cualquier actividad hace falta un programa…

¿Qué es un plan de vida espiritual? Respondo con palabras de uno de los autores más entendido en el tema, el recientemente canonizado como santo (6-X-2002) José María Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei:

«Procura atenerte a un plan de vida, con constancia: unos minutos de oración mental; la asistencia a la Santa Misa -diaria, si te es posible- y la Comunión frecuente; acudir regularmente al Santo Sacramento del Perdón -aunque tu conciencia no te acuse de falta mortal-; la visita a Jesús en el sagrario; el rezo y la contemplación de los misterios del santo Rosario, y tantas prácticas estupendas que tú conoces o puedes aprender.

No han de convertirse en normas rígidas, como compartimentos estancos; señalan un itinerario flexible, acomodado a tu condición de hombre que vive en medio de la calle, con un trabajo profesional intenso, y con unos deberes y relaciones sociales que no ha de descuidar, porque en esos quehaceres continúa tu encuentro con Dios. Tu plan de vida ha de ser como ese guante de goma que se adapta con perfección a la mano que lo usa.

Tampoco me olvides que lo importante no consiste en hacer muchas cosas; limítate con generosidad a aquellas que puedes cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas prácticas te llevarán, casi sin darte cuenta, a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar y abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios”.

La cita ha sido larga, pero merecía la pena para describir lo que es un plan de vida cristiana.

3.2.17.  LA EUCARISTÍA, LA ALEGRÍA Y LA FELICIDAD

1.- La posesión del bien -también la esperanza de gozarlo- produce ese estado del alma que llamamos alegría. Un gozo que puede estar enraizado en bienes efímeros o en bienes eternos; que puede afectar a la superficie del alma o a toda su profundidad.

La presencia de Jesús trae consigo la de la alegría. Lo vemos así anunciado desde los profetas (cf. Is. 9, 2-7). Cuando se realiza la venida de Cristo fue envuelta en un clima de gozo y alegría muy grandes: «os traigo una gran alegría que será para todo el pueblo» (Lc. 2, 10); «a los que vivían en sombras de muerte una luz les brilló», «la gloria del Señor les envolvió en su claridad» (Lc. 2,9). Es uno de los temas principales de la Noche y del Día de la Navidad y de todo su tiempo litúrgico, así como de cada tiempo del año; se cumplió al pie de la letra la profecía: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande (…), multiplicaste la alegría, aumentaste el gozo» (Is.9, 2-3). Con su Navidad, luego con su vida escondida en Nazaret 30 años -en los que parece que se escondió oculta esa luz-, sigue iluminando la vida corriente de cada uno de nosotros que puede y debe ser santificada. Poco después de su Bautismo, Jesús fue a Cafarnaúm, en la Galilea de los gentiles, propiamente en la región que un día vio marchar las legiones de los hebreos hacia el destierro. La presencia de Jesús en este lugar, haciendo milagros, predicando la conversión, etc., -expresamente lo señala el evangelista Mateo- (cf. Mt.4,12-17). Jesús es el SI de Dios a las promesas hechas con Isaías: «para que se cumpliese lo que había dicho por medio del profeta Isaías» (Mt. 4, 14).

2.- Jesús, jubilo pleno del Padre, Jesús que se alegra en el Espíritu Santo, Jesús, la alegría de los ángeles y de los hombres, es «luz de luz» que despunta para la humanidad: «Yo soy la luz del mundo» (Jn.8,12). ¿Qué significa la luz? significa el camino, la verdad y, sobre todo, la vida. Lo vemos en el episodio del encuentro de Jesús con la samaritana: «El agua que yo daré se convertirá en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn. 4,14). Jesús puede apagar la sed innata de felicidad y de vida eterna que hay en el corazón del hombre. Jesús es el agua que purifica, sacia y da esa vida por medio de su Espíritu (cf. Jn.7, 37-39). Nos ofrece su Espíritu Santo, el don de Dios que se derrama como agua en los corazones (cf. Rm. 5, 1-2.5-8). Nos ofrece su Eucaristía; a Jesús Comunión se le aplican las palabras de la Escritura: «Les diste el Pan del Cielo que contiene en sí todo deleite, satisface todos los gustos (de mil sabores); a tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles» (Sb. 16, 20). Y también:” El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre (Sal.103, 14-15). En sentido pleno -más allá del literal- nos llena de alegría, se realiza en Cristo y en sentido plenísimo en la Eucaristía. Lo confirma el Señor: «no fue Moisés quien os dio Pan del Cielo sino que es mi Padre quien os da el verdadero Pan del Cielo» (Jn. 6,32). Y nos dirá el Señor al final de su vida rotundamente, y «ninguno va al Padre sino por mi «(Jn 14,6). Él es la vida, esto es el término y la meta del camino, el premio y el fin del viaje de la existencia humana, aquel que rescata nuestro ser del naufragio de la muerte (símbolo del delfín y que los primeros cristianos le atribuyen ya a Cristo: se creía que a los náufragos los cogía el delfín y los sacaba salvos al puerto). Para ser Jesús la alegría predica la conversión: hay alegría cuando uno se convierte (cf. parábolas del cap. 15 de S. Lc.).

3.- Caminamos por el desierto hacia la tierra prometida (cf. Ex.17,3-7). Necesariamente sentimos sed de felicidad: gritemos al Nuevo Moisés que haga brotar para nosotros el agua de la roca; «la Roca era -es- Cristo». Sabemos que la Roca (el costado) fue golpeada sobre la Cruz por la lanza del soldado. Señor, te pedimos con la samaritana: ¡Danos el agua viva que de tu pecho mana, agua que para siempre la sed del hombre apaga; danos, Señor, el agua viva; danos, ¡Señor el agua viva para que no tengamos más sed! Jesús, Tú eres la fuente que sacias mi sed de amor, mi sed de bien, mi sed de felicidad. ¡que nunca deje de beber de esta fuente!

A veces queremos apagar la sed bebiendo agua de las criaturas: los bienes, la fama, el prestigio, los vestidos, las comidas… o buscarla en otras criaturas (las personas) que están a su vez tan sedientas como nosotros. Y dentro de los límites establecidos por la ley de Dios no sería pecado: es algo natural. Pero Él nos ha puesto sobre aviso: que esta agua extingue la sed de momento, de modo falaz, ilusorio y efímero.

Hay otro modo o forma, en cambio, el que Jesús nos ofrece; Él mismo: su agua, su Espíritu se convierte en «surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn.4,14). Es Jesús mismo esa fuente según los autores espirituales. (cf. S. Columbano, semana 21, T.O., LH, IV, Oficio de Lectura). Ahora bien, es en la Liturgia de la Iglesia donde se puede beber la alegría y la felicidad como en su fuente; es donde se realizan esas presencias de Jesucristo y por antonomasia en la Eucaristía en todos sus aspectos o dimensiones (cf. S.C. n. 7-8).

¿Cómo estar de luto mientras el Esposo está con sus amigos? (cf. Mt. 9,15). Como creyentes y seguidores de Cristo tenemos a mano la fuente de la  alegría y felicidad, a veces en medio de la tribulación: Estamos alegres porque el Señor ha estado grande con nosotros (cf. Sal.125) y ¡qué grande está con nosotros -en la Eucaristía- el Santo de Israel! (cf. Is. 12) y es Jesús hecho pan de Eucaristía que «alegra el corazón del hombre y el vino que engendra vírgenes» (Zac. 9,10).

4.- Se ha dicho que gracias a Jesús Eucaristía este «valle de lágrimas» se convierte en «Paraíso en la tierra» y es verdad. La presencia -verdadera, real, substancial- de Cristo hace que desaparezcan los temores, preocupaciones, tristezas, la soledad… «Si Dios está por (con) nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom. 8, 31); uno se acerca al Sagrario, se ve considerado de dificultades, de miserias y temores de todo tipo…, y Él hace que prevalezca el gozo, la seguridad, la compañía, el amor; se realiza así con plenitud de sentido un «admirable intercambio» lo que el Cantar de los Cantares anunciaba en imagen nupcial: «Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado» (Cant. 6, 3).

Juan Pablo II nos ha dejado su testimonio personal -tan precioso- sobre lo que él encuentra y saca de las visitas al Santísimo, de la adoración eucarística: “fuerza, consuelo y apoyo” (cf. Ecc. de Euch. n. 25).

Sucede también en la Comunión eucarística, la mayor unión gozosa entre personas (Jesús y quien comulga: El que convida se hace convite) que puede haber en la tierra;

Se ha advertido que la celebración del sacrificio eucarístico de Cristo, renovación y actualización sacramental de la Cruz del Señor está envuelta en un clima de alegría y gozo intensos, no obstante celebrarse el memorial vivo de la muerte redentora del Señor (una muerte cruelísima), pero precisamente esa admisión sobrenatural del dolor, del sufrimiento, -es la mayor injusticia: ser contado el único Inocente entre los criminales del mundo- al mismo tiempo, es la mayor conquista. Jesús muriendo en la cruz hace que vivamos, ha vencido a la muerte; Dios saca de la muerte, vida; es la satisfacción de quien pregusta ya la victoria. Para los hijos de Dios, para los que creen en Cristo, la muerte es una pascua unida a la suya, es vida: es el paso a la plenitud.

En la Eucaristía se cumple también aquella estrofa del poema de san Juan de la Cruz: «Oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada». La noche -por antonomasia es la noche de Pascua y de Navidad- se convierten en día luminoso, la noche iluminada por el gozo pascual del Señor (cf. Pregón Pascual del Exultet o la Angélica). En este sentido también un himno de Navidad lo canta: «ya el cielo está en la tierra, ya la tierra es cielo». Ahora bien, la Eucaristía es prolongación sacramental del misterio del Navidad y de la misma Pascua (cf. Ecc. de Euch. nºs. 3-6; 55).

Sucede a su modo con quien permanece en la adoración y compañía eucarística que sigue teniendo esa dimensión esponsal de gozar en compañía el Amado y la amada.

Y ¡esto es verdad!, digo, no sólo cuando se experimenta este idilio paradisíaco de amor esponsal o de alianza «nueva y eterna» entre Jesús y el alma. Cada cristiano creyente y coherente, aunque no lo sintiera, «lo sabe»; la Iglesia lo siente, lo experimenta y lo sabe.

Se cumple una vez más lo del cantar: «Es Cristo quien invita, alegra el corazón, viste el alma de fiesta que viene tu Señor».

5.- Aplicaciones prácticas:

1ª.- ¿No debemos venir a la Eucaristía y salir de ella con «inmensa alegría» (Mt.2,11; Lc.24,52)? ¡qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! (cf. Sal. 121) a escuchar su Palabra, (mesa de la liturgia de la Palabra), a participar en la mesa de su sacrificio: la mesa del gran Rey, en las bodas del Cordero, “en la comunión del pan único y partido”, ¿en la audiencia-visita a las que nos invita Jesús lleno de inmenso amor?

2ª.- Tendremos que examinarnos cada uno de nosotros: ¿vivo, trabajo, sufro en la alegría, sabiendo que Dios, mi Padre, ¿me quiere?, sabiéndome hijo de Dios? Jesús me ha llamado amigo, hermano suyo, hijo -de Dios- y lo somos por la gracia del bautismo, y si pródigo, tengo los brazos del Padre Dios abiertos, y los del Hijo en la cruz «para seguir esperando», y al Espíritu Santo, «remisión de los pecados». Todo un Dios esperando en el sacramento del perdón (=de la alegría) ¡qué más quiero!; la alegría y la paz que sólo Jesús nos puede dar: «Jesús nos da su Pan, el Pan que nos devuelve la alegría, el Pan que resucita de verdad» (canto). ¿Es la alegría de la fe la que ilumina todos nuestros quehaceres, es la alegría de la Eucaristía, es la maravilla de Jesús Dios con nosotros la que da sentido a todo lo nuestro?

3ª.- Y por al Eucaristía nos deja en manos del Espíritu Santo para producir todos sus frutos; uno de ellos el de la alegría (cf. Gál. 5, 22). ¿Doy estos frutos y, en concreto, el de la alegría?; «haced ver vuestra alegría (Is. 1, 66,5). O ¿es que nos asemejamos todavía a aquellas escuadras tristes que caminaban encorvadas en las tinieblas, andando hacia el destierro, nosotros los redimidos de la muerte y del pecado por la Muerte y Resurrección de Jesucristo?

4ª.- Los que habéis recibido la alegría, ¿qué habéis hecho de ella? es una acusación que se nos ha hecho -o se nos puede hacer- a los cristianos, a los que vamos a Misa, a los que salimos de la Eucaristía y deberíamos estar encendidos, también de la alegría, “como leones”; el adorador de Jesús Sacramentado debe salir resplandeciente; algo así como Moisés al salir del «vergel de oración» y bajar del «monte de la contemplación» del Dios radiante al valle de la vida de cada día. ¿Contagiamos esta alegría a quienes no la tienen o no vienen a misa? Nosotros somos como aquellos que vuelven contentos portando las gavillas (Salmo 125,6); en la Misa se debe repetir, en poco o en mucho, aquella transformación de la que nos habla Isaías (cf. Is. 8, 23 b- y 9, 2-7). Y también en la contemplación, adoración y compañía eucarísticas.

5ª.- Hermano, por tu bondad y tu paz ¿pueden todos -los que te ven- tocar la bondad del Señor con sus hijos? Recordemos aquel maravilloso texto de la Escritura que dice: «No estéis tristes, la alegría en el Señor es vuestra fortaleza» (Neh. 8,10). Sí, también hoy, en medio de nuestro mundo, la fuerza de persuasión será la alegría que viene del Señor a quien tenemos como en su fuente en la Eucaristía.

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