ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)
Noviembre 2024
CUMBRE DEL ORGANISMO SACRAMENTAL: LA EUCARISTÍA.
Estimados adoradores de la ARPU.
Os comparto unas reflexiones que he entresacado de mi trabajo de Memoria de Ciencias Religiosas para que sirvan de reflexión para este mes de noviembre que llega veloz. El texto que es largo está separado en ocho apartados para que los podáis ir leyendo, reflexionando y, si surge, meditando a lo largo del mes.
El trabajo es profundamente eucarístico como desearía que fuera mi vida sobre la tierra y en el cielo, en el banquete definitivo al que espero poder ser invitado con aquellas palabras del Novio: «siervo bueno y fiel, entra al banquete de tu Señor» y donde espero poder seguir adorando a Jesús a vuestro lado entre los santos y santas del cielo y con todo el coro celestial.
Aprovecho para pediros oraciones por los hermanos que vagan por el mundo por caminos de perdición para que busquen y reconozcan la Luz de Dios, convirtiéndose, y todos nos puedan acompañar a ‘aquel convite inefable’ donde el Esposo, con el Espíritu Santo, unidos al Padre reciben todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
I.-PRIMEROS ADORADORES
La Eucaristía es la presencia misma de Jesús en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Los primeros adoradores del cuerpo de Jesús fueron los pastores de Belén y en su testimonio encontramos las cualidades de un auténtico discípulo que reconoce la presencia del hombre/Dios en las especies del pan y vino, materia de la Eucaristía. Estas cualidades son: fe segura, generosidad, humildad, pronta obediencia y amor.
Fe segura dando crédito, adhiriéndose, al mensaje recibido por el ángel, llenándose de gozo por el don recibido al ser escogidos para tal anuncio. Dios se manifiesta en la debilidad de sus escogidos para hacer patente su gloria y poderío. Pobres y repudiados de la sociedad, tratados de bárbaros y vándalos, preparan unos dones fruto de la generosidad de la naturaleza encomendada al sudor del trabajo del hombre, llamado a dominarla, la obra amorosa de sus manos; y visitan al Niño-Dios pobre como ellos. No sólo le ofrecen estos dones, sino que, además, le entregan sus vidas y seguramente, como relata María Valtortta, son primeros predicadores del kerigma y defensores de Jesús llegando a estar presentes, algunos de ellos, al pie de la cruz junto con María, Juan, la de Magdala, y la prima de María, María de Cleofás madre de Santiago y Juan y otras piadosas mujeres.
Hombres, mujeres y niños humildes, de corazón humildes, que no tuvieron la tentación de ensoberbecerse por el inmenso don recibido, por ser los elegidos, por ser los honrados; por el contrario, en los evangelios pasan desapercibidos, ya no se habla más de ellos, porque realmente es la reacción de los verdaderos adoradores, como María, el servicio en la sombra, el silencio, menguar para que el Amor crezca y brille.
Su obediencia pronta, ese ir a prisa a adorar al sacramento divino, a arroparlo y quedarse al servicio de la Madre niña, atendiéndoles en sus necesidades, ayudando a José en sus trabajos y, también, dejarlos marchar, a su Amor de los amores, para salvar su vida en la persecución de Herodes, con la confianza en la palabra dada de que se volverían a ver.
El amor es la explicación de toda esta locura. Cuando te sientes amado y recibes ese don con una actitud de pureza de alma sientes el fuego de corresponder y sientes las brasas que te queman de ser tan débil que no puedas estar a la altura del Amante, pero te abandonas en él como un niño: «Maestro, Niño te conocí y como niño quiero amarte».
María tiene un papel fundamental pues da su cuerpo y su sangre para formar el cuerpo del Hijo de Dios en su seno, nutriéndolo con su sangre, de modo que se convierte en una preecucaristía ya que por las palabras ‘hágase en mi según tu palabra’ en su seno virginal aparece el Salvador, hombre (pan) y Dios (vino), y es el primer copón de la historia, que reserva durante nueve meses, la carne y la sangre del Mesías. María porta a Cristo, María alumbra a Jesús, María conduce a su Hijo, conduce al misterio del cuerpo y la sangre de Cristo que es carne de su carne y sangre de su sangre y participa activamente en la redención. No pudo ser de otra manera.
II.-EL NIÑO ADORADO ES EL MISMO ADORADO EN LOS SAGRARIOS
Isabel, los pastores, los mismos santos y castos esposos José y María, los Magos, son los primeros de una infinita lista de adoradores de la presencia real de Dios velado en la carne humana de Jesús. Hombre y Dios continúa presente en nuestros sagrarios en cuerpo alma y divinidad, gracias a la acción insustituible del Espíritu Santo, actor mismo de la Encarnación, que es fiel, perfectamente fiel, absolutamente fiel y que actúa, como ha prometido, por medio de las manos consagradas del ministro ordenado sacerdote y las palabras de consagración… y Dios “obedece”, y cumple su promesa, aún en medio del pecado, la increencia o la duda ante el misterio, como en el milagro eucarístico de Lanciano.
El milagro ocurrido en la Eucaristía es de trascendencia tal que no se puede comprender sin la virtud de la fe y del amor. Quien lo ame y lo haga alimento cotidiano de su espíritu, podrá aplastar la cabeza de la serpiente sin recibir daño alguno, porque Jesús está en él con toda su potencia: «Gracias amado mío, tú vives en mí y yo en ti» (Propuesta de acción de gracias hecha por Jesús para después de la comunión).
El mismo Jesús que obró los milagros relatados en los evangelios, que curó incluso a los que con fe se acercaron temerosos y, simplemente, tocaron sus vestiduras; curó al siervo del centurión sin tenerlo cerca, bastó la fe, es verdad, la fe más grande que vio Jesús en Israel; el mismo que resucitó a su amigo Lázaro ya en avanzado estado de putrefacción, tras tres días sepultado; el mismo que sigue dando señales de su presencia real y perpetua entre nosotros, sobre todo, en la Eucaristía. Este alimento espiritual fortalece a quienes lo reciben para resistir el mal y vivir una vida santa. Así dice San Ignacio de Antioquía que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, sino vivir con Jesucristo para siempre.
Por esto es grave la urgencia de salir a buscar al pecador, no tener miedo de rebajarnos por descender a los caminos de fango, hurgando en aguas estancadas, buscando en los abismos para llevarlos a Jesús, para que sean bendecidos por Él, curados de sus enfermedades, librados de sus demonios y alimentados con su cuerpo y su sangre para que tengan vida; debemos llevarlos en nuestra oración cada día. Así tendremos en la frente la primera corona del martirio que es la del amor, el amor que abrasa al misionero para compartir el tesoro escondido encontrado (al Dios escondido oculto en los signos de este sacramento), que arde en deseos de compartir la vida recibida.
Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque nos sabemos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: ‘haced esto en memoria mía’. Y qué otra cosa quiere Jesús, sino que su amor sea correspondido por todos (sangre derramada por muchos).
III.- EUCARISTÍA, RESTAURACIÓN DEL PARAÍSO PERDIDO
Catalina de Emmerich en sus revelaciones cuenta que, al ser expulsados Adán y Eva del Paraíso, además de las pieles que tapaban su desnudez, se llevaron unas semillas de trigo y unos esquejes de vides del Jardín del Edén. Ella ve ya, en el hecho del destierro del Paraíso, la promesa de la Eucaristía. Dios da vida a Adán y Eva para que participen de su Reino. Perdida la gracia primera, la maniobra magistral, que vuelve locos a los adoradores y a los detractores, para restaurar la imagen dañada, es la entrega de la Víctima inocente que da a los hombres la vida de Dios, nos cristifica, nos hace hijos por el Hijo, compromete a Dios como Padre dispuesto a usar la misericordia con los hijos tercos. Rompe la tensión que hay entre el cielo y la tierra haciendo el cielo escandalosamente humano y haciendo la tierra escandalosamente divina.
La Eucaristía, como promesa escatológica del Reino, alentaba a la Iglesia primitiva, como alentaba la espera del Mesías en el Antiguo Testamento, de modo que se identifica la Eucaristía con la restauración del Paraíso perdido. Si el cielo, el Reino de Dios, es conocimiento de Dios, amor de Dios y a Dios, fuente de vida inagotable, la vida misma; se puede afirmar que la comunión del cuerpo y la sangre de Jesús es el cielo para los hombres porque es el conocimiento de Dios, la comunión con Él, por la fe firme, es amor de Dios que sale al encuentro y amor del hombre que le responde con el culto debido. Es fuente de vida imperecedera. Así los verdaderos adoradores creen firmemente y buscan responder con generosidad al Don de Dios, son conscientes de su caducidad y se perciben, con verdadera humildad, como siervos inútiles, su obediencia pronta es resultado de su mucho amor, amor que se deja sorprender con el misterio que nunca se gasta.
IV.- EL SEÑOR ES EL MAESTRO, EL MAESTRO ES EL MESÍAS
No es necesario saber muchas cosas para agradar a Jesús. Basta con amarle con fervor, con fuego. A Jesús le gusta que le hablemos sencillamente, como al amigo más íntimo ¡que se nos olvida que es humano como nosotros! Recuerdo una queja de Nuestro Señor, recogida por María Valtorta en los escritos de sus experiencias místicas, que, tras la resurrección, los apóstoles le trataban más como Dios y habían perdido la frescura, la confianza, del trato de Amigo y Maestro con que se relacionaban antes de la pasión: ‘Me tratáis como Dios, y lo soy; pero echo de menos la confidencia de amigo de antes de padecer’, se lamentaba lacónicamente Jesús. Este trato cercano, íntimo, suelto, exento de protocolo, no está reñido con la profunda reverencia, el decoro, los gestos de respeto (es el Señor), que deben acompañar nuestras visitas a Jesús en el sagrario, nuestra participación en la Eucaristía.
Es verdad que el poder de Jesús nos desborda, es grande, mucho más grande que todos los intentos humanos de confinarlo o limitarlo. De ahí que la primera misión del sacerdote, como dice D. Avelino, mi profesor de sacramentos es: no estorbar y colaborar.
Jesús es el verdadero Salvador. En la Eucaristía, está presente el verdadero Señor, el verdadero hombre que une el Cielo con la tierra y eleva la tierra al cielo, lo llevo diciendo varias veces. En el libro de Alexander Schmemann presentado por el P. Luis Javier en nuestra Facultad de Teología Norte, en Burgos, se insiste también en esta unión vertical entre el Cielo y la tierra, y que la Eucaristía es la elevación de la tierra al cielo; exactamente dice: “de toda la Iglesia a la mesa del Señor en su Reino”.
Este pensamiento encaja con una de las ideas esenciales que voy repitiendo y considero importantes de mi trabajo. Reconozco que no es novedosa. La encarnación del Hijo de Dios en la persona de Jesús, este Dios que toma como propia la condición humana, tiene un fin salvífico, sí. Una consecuencia ineludible de esta afirmación es que reconstruye la relación vertical Dios-hombre, herida por el pecado, nos reconstruye y también nos une. A la humanidad la hace “capax Dei” (capaces de Dios),y a Dios “capax hominis” (capaz de los hombres).
V.- LA EUCARISTÍA BANQUETE DE BODA
Si la Eucaristía es el banquete de boda celestial, hay que reconocer que, como recuerda D. José Luis Cabria, esta boda se realiza en la tierra y es para los hombres, pero en ella también participa toda la creación, visible e invisible. También se perfecciona la relación entre los hombres, pues, los bautizados, aun diciendo ‘yo’ su oración dicen ‘nosotros’, cuando celebra la eucaristía, no es una comunidad la que celebra, sino toda la Iglesia la que se reúne. El sacerdote es otro Cristo o las manos de Cristo; como dice el P. José Antonio Abad: la Eucaristía la hace Cristo, es Cristo quien celebra.
La eternidad entra en el tiempo por la Eucaristía. No hay un ayer ni un mañana. Cristo, el novio, está ofreciéndose. Es sacerdote eterno y victima por los siglos de los siglos. La Eucaristía la oficia Cristo o no hay Eucaristía o no hay propiciación o no hay banquete de redención. Si no hay redención, el sacrificio es imperfecto como el de los ritos judíos o los paganos, o los herejes, incapaces de conseguir la misericordia del Padre.
El sacrificio de Cristo en los altares que rememoramos, actualiza el sacrificio de Jesús en el altar de la cruz, como Cordero de Dios llevado al matadero, como Novio que sella con su Sangre la unión con su esposa y y es capaz de dar Vida y Vida abundante, porque quita los pecados del mundo, los lleva sobre sí, sin ser suyos y los lava con su sangre perdonando la culpa de nuestros delitos por los que hubiéramos merecido reprobación y abandono.
Se ha escrito y se seguirá escribiendo mucho sobre la Eucaristía y con todo lo que se escriba no entenderemos todo su alcance, su profundidad, su misterio hasta que no compartamos el Banquete del Reino, el Banquete Nunpcial, con el vino nuevo, en la casa del Padre. No es por nada que este sacramento es cumbre de la economía sacramental. Mientras tanto la Iglesia, que se revela como la esposa, es depositaria de la fe y administradora de los sacramentos y es, en la tierra, Reino de los Cielos.
VI.- ASÍ TE NECESITO: DE CARNE Y HUESO
El alma se enamora en cuerpo y alma de quien le ama en cuerpo y alma: “así te necesito: de carne y hueso” (Himno de Laudes) y así se entrega Dios, en su cuerpo/alma (humanidad) y aún más nos ama en su divinidad. Debemos amarlo con todas nuestras potencias, las que nos hacen hombres y mujeres también. Dios que nos creó para que le poseyéramos, para ser nuestro amante, no para poseernos o dominarnos, se hace pan para que le comamos, para saborearlo también: gustad y ved qué bueno es el Señor.
Se hace cuerpo para que le amemos en nuestra sexualidad también, como se aman los esposos, no reprimiéndola sino sublimándola, recuperando su bondad creatural, porque la sublimación de la sexualidad en la pureza produce claridad de pensamiento: Es Juan Bautista, que era puro, quien reconoció al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y cuando tras la resurrección el Maestro se les presenta, tras una noche de pesca sin éxito y les pide que echen las redes, aun siendo la pesca tan sorprendente, sólo Juan, esta vez el apóstol virgen y evangelista, lo reconoce: ¡Es el Señor!
VII.- COMED, ESTO ES MI CUERPO
No hay amor más grande. El Verbo infinito del Padre hecho hombre por amor, se hace alimento en escándalo de entrega. Su carne para comer y su sangre para beber, causa el rechazo también de los que le siguen. Un amor que causa escándalo, un amor fecundo en la virginidad, que se multiplica en la fracción del pan y en la bendición. Así en las multiplicaciones de los panes y los peces cuantas más manos entraban en los cestos, para saciar el hambre, más panes y más peces había para sopresa de todos.
Misterio mismo de la Iglesia que con la labor misionera, llevando los apóstoles de ayer, de hoy y siempre, los cestos del Bendito Alimento a los confines de la tierra, cuantos más comen, más alimento queda; y aquello, que era un preludio de esto, se cumple porque Jesús es fiel, es la verdad. Ellos necesitaron muchos cestos para saciar el hambre, pero ahora, con el Pan Vivo, basta un poco para tenerlo todo y quedar saciados, porque: “el agua que yo te daré será una fuente que salte a la vida eterna”. Y sobraron cestos de panes y peces, porque Dios no se deja ganar en generosidad: “Bebed sin miedo a que se gaste”.
VIII.-PAN BLANCO
Sólo un pan blanco, un amor virginal puede darse tan sin límites. Así a Santa Margarita María de Alacoque, este Corazón, le dice: “Soy todo amor y las almas no me aman”.
Los hombres que pierden a Dios pierden el fin de su razón de ser: fuimos creados sólo y exclusivamente para poseerle y vivir; vivir participando de la misma vida que Él vive, en intercomunicación, en comunión, Trinitaria de Familia Divina.
Este misterio de virginidad se realiza en la Madre Iglesia, en sus miembros, cualquiera que sea su estado; incluso entre las almas consagradas a Dios, la más virgen, la más pura, es la más fecunda, no la que predique más y mejor, «sino quien haciéndose una cosa con la Virginidad Increada dada en alimento, se haga tan sólo de Dios y sólo para Él, que rompa como fruto en fecundidad espiritual, recibiendo el regalo que el Esposo divino hace a sus escogidos: ser como los Apóstoles, pescadores de hombres, enviándoles a anunciar el Evangelio».
El Santos cura de Ars, santo sacerdote, en sus homilías, resumidas en dos renglones, repetía cada domingo a los fieles, curiosos o devotos, que debemos amar y dejarnos amar por Jesús y que, decía conmovido, está vivo en el sagrario. Debe ser que al tiempo de San Juan María Vianney vivía un sacerdote erudito, halagado por sus homilías pomposas y sapienciales. A este se le preguntó si estaba orgulloso de su labor de predicador a lo que respondió que no. Sorprendido el inquisidor por la respuesta, el sacerdote quiso aclarar el motivo: “Cuando yo termino una misa la gente dice: ¡Qué bien celebra el padre tal, qué homilía tan culta! Pero, decía con nostalgia, que del santo cura de Ars, tenido por poco erudito, la gente que lo escuchaba decía: ¡Qué bueno es Jesús!”.
Así es como el discípulo que vivió más plenamente su entrega al Mesías ofrendando su castidad, tenía a su vez mayor clarividencia de la inmensidad que veían sus ojos, de forma que su evangelio es un compendio de Teología: “In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum. Deus erat Verbum”; y es eucarístico, siendo el único evangelista que, aun no narrando la institución de la Eucaristía en la cena de Pascua, relata hechos y recuerda predicaciones del Señor que preparan a los discípulos a comprender el sentido de la Eucaristía y más en concreto todo el capítulo IV, que busca corregir las confusiones o desviaciones doctrinales gnósticas del momento, hablando claramente de la transubstanciación.
Si Pedro recibió en depósito la Iglesia, madre de los hombres, Juan por su pureza recibió a María Madre de Dios. Podemos ver en la imagen del apóstol Juan la fecundidad de la virginidad según la visión de Dios: María, Virgen, fue dada por el Hijo virginal, al virginal discípulo.
Extracto de mi trabajo de Memoria de Bachillerato en Ciencias Religiosas
Valero Vilariño García, Vocal del Consejo Nacional de ARPU y Vocal del Consejo Diocesano de ARPU, Burgos