ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)

Diciembre 2024

CARTA A JOSÉ LUIS

(Don José Luis Esteban Vallejo, Consiliario Diocesano de Burgos y Nacional de la ARPU, fue llamado a la Casa del Señor el 2 de diciembre de 2022, DEP).

Te fuiste sin hacer ruido, en el entorno más deseado para un sacerdote, en la casa del Señor. Un breve instante para ti y casi una eternidad de angustia para los que te rodeaban en esos momentos y para los que, en la lejanía, no conseguíamos contactar contigo. No hubo tiempo para despedidas. Dos años desde que diste ese definitivo paso en tu existencia hacia el definitivo encuentro con Jesús y todavía te sentimos presentes en nuestras vidas. Tu sencilla estancia entre nosotros en la tierra se ha tornado presencia viva por tu ejemplo de vida. Y en el recuerdo de miles de instantes vividos, afloran en nosotros ejemplos de convivencia, modos y maneras de comportarse, gestos de amor hacia los más débiles, cercanía para los indefensos, perdón a los que caen y amor superlativo a Dios, a lo que era tu vida: el sacerdocio, y a quien daba sentido a su existir: la Eucaristía.

Tu vida fue un continuo encuentro con Dios al que tenías presente en cada momento. En la soledad de tus rezos y los encuentros con los conocidos y ajenos siempre le hacías presente, de tal manera que en más de una ocasión me ha gustado adjudicarte aquella máxima que todos comentaban del santo burgalés, Santo Domingo de Guzmán: “Siempre hablaba de Dios o con Dios”.  Sentías la razón de tu sacerdocio en todo momento como una misión y corría por tus venas la obligación de hacer realidad aquellos consejos que San Pablo daba a Timoteo: «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir». La trasmisión de la palabra de Dios, la difusión de su mensaje, la evangelización era tu afán en todas sus acciones. No había tregua para el descanso, porque quien ama con tanta fuerza no puede permitirse un momento de pausa.  Era tan fuerte tu fe que afloraba desde tu interior una energía tal que contagiabas su amor a Dios, a la Virgen o a la Eucaristía. De entre toda la intensa labor que hacías, pusiste un especial empeño en la difusión del amor al Santísimo Sacramento, a Jesús presente en la sagrada forma.

Entre los muchos papeles recogidos de tu despacho donde se hace constante el amor a Jesús Sacramentado puedo rescatar tres momentos de tu vida en la que cuentas tu experiencia: la Primera Comunión, tu estancia en el seminario y tu ordenación sacerdotal.

Cuentas como un gran día festivo aquel primer día de junio de 1952 cuando hiciste la Primera Comunión. Dices textualmente “lo importante que fue sentir hondo aquel pacto amoroso entre Jesús y yo, aquel abrazo que me diste, Jesús”.  Pero no menos intenso fue tu vinculación al Santísimo a lo largo de tu estancia en el seminario.  “Yo recuerdo con agrado –dices en algunos de tus escritos-   mi Visita particular ante el Sagrario del Seminario de San José para confiar a Jesús mis cuidados, preocupaciones, alegrías y tristezas”. Y en otro momento escribes sobre los afanes diarios en el seminario que “…endulzaba todos los días esos temores y sinsabores con la Visita a Jesús sacramentado ante el sagrario barroco de la capilla…”

Pero si hay un momento que para ti fue el gran premio de su vida, fue tu ordenación sacerdotal como anticipo a la posibilidad de hacer presente a Jesús en la Eucaristía. Te sentías tan privilegiado que no había título mayor sobre la faz de la tierra. La grandeza de tal credencial venía, no por el diploma conseguido, sino por todo lo que podías hacer, destacando, sobre todas las cosas, el don de hacer presente a Dios entre nosotros.  En alguna de tus anotaciones repites un salmo lo suficientemente expresivo para comprender cómo te sentías con esa dignidad alcanzada un 11 de julio, martes, de 1967: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. /Mi suerte está en tu mano:/Me ha tocado un lote hermoso, /Me encanta mi heredad”. Efectivamente, te encantaba el “premio” que Dios te había dado de ser sacerdote.

Dios no podía dejar escapar un alma tan generosa y te puso en tu camino la Asociación del ARPU.

En noviembre de 1999, en plena recuperación por el grave accidente de automóvil que tuviste, Dios te adjudicó una tarea más. Te nombraron Consiliario Diocesano del ARPU (Adoración Real, Perpetua y Universal al Santísimo Sacramento). Nada menos que lo que tú siempre has estado haciendo: adorando al Santísimo Sacramento. Lo viste como algo providencial, pues en tu doloroso y largo proceso de recuperación del accidente, si había algo que no podías sobrellevar era la imposibilidad de celebrar la Santa Misa diaria. Tus dañadas manos estaban atrofiadas para tomar la Sagrada Hostia y lamentabas esta situación con una constante pregunta a Dios y a todos los que te rodeábamos “¿qué voy a hacer? Tu sacerdocio se veía truncado, porque la razón de ser, Cristo Eucaristía, no podía hacerse realidad. Tu fe, tu inmensa fe, te dio las fuerzas suficientes para superar esa situación y saliste reforzado para cumplir con los deseos de dar a conocer a Dios en la Eucaristía. ¡Vaya que lo hiciste! Incluso el 25 de noviembre de 2016, viendo tu fructífero trabajo, te nombraron Consiliario Nacional del ARPU, un reto más en tu incansable empeño por el Santísimo Sacramento.

Pero en mi mente sigo dando vueltas una y otra vez a la razón de tu fallecimiento, de tu ausencia, y revisando cómo eras, cómo amabas tu “profesión”, en qué momento te llegó la muerte, dónde, en qué circunstancias, solo he podido encontrar una justificación: Dios te ha llevado con él porque habías alcanzado la plenitud y, desgraciadamente, los hombres no te merecíamos.

Enamorado de la Eucaristía moriste nada más celebrar la Santa Misa, no te dio tiempo ni de quitarte las vestiduras sagradas.  Solo me queda decir: ha muerto un hombre de Dios.

Fernando Rodríguez Porres, delegación diocesana de la ARPU de Burgos

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