ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)

Agosto 2025

Estimados miembros de ARPU, amigos y quienes a través de internet os asomáis a nuestro Movimiento:

Comenzamos el mes de agosto que la Iglesia dedica al Inmaculado Corazón de María, en el que se trata de llevar al corazón las virtudes de María principalmente la pureza y el amor de Madre.
En el mes de agosto disfrutamos de la festividad de la Asunción que es garantía de que las promesas de Jesús se cumplirán en nosotros, como se han cumplido en su purísima Madre, elevada al cielo en cuerpo y alma. Estoy preparando un vídeo sobre la devoción a María desde la espiritualidad de la Adoración Real, Perpetua y Universal. Espero poder presentarlo este mes. El material es mucho.
Además de esta fiesta también celebramos dos queridos santos, Santa Mónica y San Agustín, Testimonios del poder de la oración y de cómo el único que es capaz de llenar nuestro Corazón es Dios quien saca el mayor rendimiento de nuestros (sus) talentos. San Agustín es el ejemplo de que todo hombre busca a Dios, aun sin saberlo, muchas veces en lugares equivocados, lejos de donde debe buscar (ego foris), mientras Él no está lejos de nosotros ni cuando pecamos mortalmente, sino dentro de nosotros (intus eras). Buscarlo fuera es un error, ahí encontramos ruido, huracanes, tempestades; debemos buscarlo dentro de nuestro corazón, con nuestro corazón, para entablar una relación de adoración de corazón a Corazón. Él se encarga de todo si nosotros le dejamos.

En la carta de julio hablaba de la importancia que debemos dar a cuidar a nuestros seminaristas y sacerdotes, y mientras esta idea va urgiendo mi corazón y le pregunto a Jesús y a la Virgen cómo deberíamos la ARPU llevar a cabo estas iniciativas y si son suficientes las que propuse en la carta de julio, están saliendo noticias que me llevan a la urgencia de pediros, a los miembros de nuestro movimiento y a quienes llegue estas letras mal entrelazadas, a rezar cada día y si se puede mañana, tarde y noche por nuestros queridos sacerdotes.

Recordaréis que el mes pasado un joven sacerdote de Italia se suicidó. Esto suscitó alertas sobre la situación psicológica de nuestro clero, sobre todo el diocesano que no vive en comunidad, pero debemos pensar también en el religioso que, aunque vive en comunidad pueden estar fuera de la “comunidad del Señor” en su corazón, porque como el apóstol Tomás lo buscan fuera del Cenáculo de la obediencia y la oración de familia. No es cuestión de juzgar y condenar, ni al sacerdote italiano que llegó a esa trágica decisión, equivocada y lejos del Amor Misericordioso, ni de los que llegan al suicidio espiritual que, por la misma debilidad de la que nosotros somos presa por nuestra naturaleza débil, caen en el pecado de la desesperanza, del increencia, de la duda, del miedo, de la soledad, de la división (voluntaria, real o psicológica).

Mi reflexión quiere ir hacia nosotros los cristianos laicos que tenemos un papel fundamental en la vida del sacerdote, que, si él por el sacramento está, no sólo revestido de Cristo, sino que es otro Cristo, somos junto con ellos cuerpo místico de Cristo en la Iglesia y no hay Iglesia sin ellos y sin nosotros.
En la vida de Moisés encuentro dos testimonios que refuerzan mi sentimiento. El primero es cuando Moisés abrumado y superado por sus responsabilidades, por el trabajo de guiar a un pueblo tan duro de cabeza y de corazón, recibe el consejo de su suegro, Jetró, de elegir jueces que le ayuden a gobernar el pueblo (Ex. 18, 17-26). No se trata aquí de usurpar el puesto del sacerdote, ni juzgarlo, ni condenarlo, ni suplantarlo como diciendo que la Iglesia será salvada por los laicos, es cuestión de reconocer a Moisés (sacerdote) como quien ve a Dios cara a cara y esta relación le causa un sufrimiento real ya que el pueblo lo juzga en la distancia y pocos se mantienen junto a él para consolarlo y, por qué no, aconsejarlo, reconociendo nuestro lugar, así como Jetró que no es ni del Pueblo de Moisés. Pero este consejo, acogido y rezado por Moisés aligeró su carga y fue aprobado por Dios como una relación correcta y necesaria.

El segundo momento de mi reflexión es cuando Moisés ora por Israel con los brazos en alto (gesto sacerdotal que no deberíamos replicar los laicos) en la batalla contra Amalec (Ex. 17) Mientras Moisés levantaba las manos, los Israelitas ganaban la batalla. Pero era largo el combate y Moisés no aguantaba con las manos en alto, entones Aarón y Hur le AYUDAN a mantener las manos en alto, para que no se canse. Este es otro gesto del apoyo que debemos dar a nuestros sacerdotes en su misión. Ellos, especialmente ellos por su ministerio del Orden, están llamados a ser intercesores, a vivir en dependencia de Dios pidiéndole y dándole gracias, pero es deber nuestro el apoyo y el consuelo. Es deber, y me atrevería a decir que es una omisión no hacerlo, acompañarlos desde el seminario hasta su ordenación y desde su ordenación hasta su partida a la casa del Padre. Qué fácil es juzgarle, condenarlo, acusarlo con falsas apariencias de dar luz a los hermanos escandalizados por los pecados y debilidades de nuestros ministros. Aireamos sus defectos (objetivos o subjetivos), tratamos duramente a todos por una parte y olvidamos el mandato de la misericordia.
Algunas veces he oído el grito de “¡ay de aquel que escandalice! Más le valdría atarse una rueda de molino al cuello y tirarse al mar” dirigido a sacerdotes caídos o tumbados. Pues si en cierto momento de mi propia vida he sentido ganas de gritar esto ahora, más que nunca, desde mi corazón el grito que surge es “¡Padre perdónalos, no saben lo que hacen!”, “¡Padre yo los he perdonado, que soy injusto e inmisericorde! ¿no les perdonarás Tú que eres Amor?”. Si considero que soy, ahora, fervoroso y fiel, ¿no debería tener este dolor de que ellos no reciban misericordia en sus pecados para que cuando yo sea débil reciba la misma misericordia? No clamemos por la justicia, sino por la misericordia.

Recemos entonces por ellos, por los santos, los que son fieles, por los que son tibios, por los que tienen dudas, lo que viven en profundas tinieblas, por todos ellos oremos cada día mañana, tarde y noche; en nuestras comuniones espirituales, en nuestras adoraciones, en las misas, en los rosarios, en nuestros sufrimientos y debilidades ofreciendo nuestros padecimientos.

Acompañemos, seamos sostén en su apostolado, seamos hijos amados y amantes como María, como Juan, con un amor puro y desinteresado. Busquemos, como Movimiento eucarístico, la fórmula de acompañarlos y contribuir a su formación. Busquemos formarnos en las facultades de Teología para poder ofrecernos a nuestros obispos por si podemos contribuir a aliviar la carga de nuestros sacerdotes. Los miembros de ARPU fueron, durante el tiempo de persecución religiosa, ministros extraordinarios de la Eucaristía, llevaron la comunión a los enfermos, a los escondidos por la persecución, a los militares en el frente. Los adoradores estaban formados y formaban para vivir la comunión necesaria para ser ministros extraordinarios de la Comunión.

Tenemos que rezar, queridos amigos, para que el Corazón Eucarístico de Jesús, el Inmaculado Corazón de María, nos guíen en esta tarea vital de unidad, de amor, de misericordia vivida desde la humildad, la obediencia como tantos y tantos santos que obedecieron en medio de la turbación, del descrédito, de la persecución: obedecieron y amaron, amaron y obedecieron.

Que no escuchemos los miembros de la adoración la pregunta inquisidora ¿quién te ha nombrado juez de tu hermano? Sino que podamos escuchar ¡porque fuiste misericordioso recibirás misericordia.

Me despido encomendando nuestro Movimiento Eucarístico, a cada uno de vosotros, a la protección de nuestros patronos, los primeros adoradores María y José y San Pascual Baylón. ¡Jesús quiere ser adorado de todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra. Nos vemos en el Sagrario.

Valero Vilariño García, Vocal del consejo nacional y vocal del consejo diocesano de Burgos de la ARPU.

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