infancia espiritual en tiempo de resurgimiento

Hay palabras que parecen susurradas directamente al corazón:
“Me siento tan pequeño, Señor… pero así te gusto.”
En mi entrada anterior hablaba del descubrimiento interior buscando el «Santo Grial» con la espiritualidad de San Agustín; ahora quiero seguir ese hilo, pero desde otra mirada: la de la infancia espiritual; y esta vez con los ojos de Santa Teresa de Lisieux y Peter Pan.

Santa Teresita de Lisieux enseñó que el camino más corto hacia Dios no es la fuerza, ni el mérito, ni las grandes empresas, sino la sencillez, la pureza que se va perdiendo a medida que crecemos. Ser niño para amar y dejarse amar; ser pequeño para que el Amor pueda hacerse grande en nosotros. No es una teoría: es un modo de vivir, de mirar, de confiar porque Jesús nos lo pide: «quien no se haga como niño…», «hay que volver a nacer de nuevo…»

Como digo, quiero ilustrar esta entrada con dos imágenes que todos reconocemos:
Peter Pan, símbolo de la inocencia poética que resiste a endurecerse, y
Santa Teresita, símbolo de la confianza absoluta que se deja llevar por Dios con el deseo de ser, en este gran Cuerpo Mísitco que es la Iglesia, ¡el corazón!
Ambos —cada uno en su nivel— nos recuerdan que solo el corazón que conserva algo de niño puede volver a creer, a esperar, a amar. Un corazón así ve con facilidad la presencia de Jesús en la Eucaristía y le duele ver su soledad.

1. La mirada pequeña: con Santa Teresita hacia dentro

Decía Santa Teresita que a Dios no se llega por ascensores espirituales, sino por pequeños pasos de amor.
Ella comprendió que el alma que quiere crecer debe primero descender: hacerse pequeña, desapegada de sí misma, libre del orgullo y de las prisas del mundo.

Su “caminito” es sorprendentemente actual.
En una época cansada de lo postizo y saturada de ideologías, Teresita nos recuerda que lo que llena nuestros anhelos no está fuera, sino en la vida interior:
en la humildad, la confianza, la sencillez, la inocencia, el pudor… en esos actos minúsculos y silenciosos que Dios puede convertir en corredentores.

Peter Pan, desde su mundo literario, nos presta una imagen útil: el niño que se resiste a perder la capacidad de asombro.
Este jovencillo juguetón necesita, para que sea útil su ejemplo, la fuerza de Teresita que nos muestra un testimonio profundo: no es volver a la infancia por nostalgia, sino para dejarnos conducir por el Padre, para podele llamar Papá.

Teresita es un testimonio cercano del modelo mariano: «ecce ancilla Dei». Qué mal suenan aquellas palabras de Jesús: «… decid: Siervos somos, hemos hecho lo que debíamos hacer…» pero por esta actitud María canta para nosotros: «Beata me dicens omnes generationes».

2. Un mundo sediento: el rebrote espiritual

Nuestro tiempo vive una tensión extraña: más conectado que nunca, pero más solo; más informado, pero más perdido; más entretenido, pero más vacío.
De esta herida nace un fenómeno que algunos llaman “rebrote espiritual”:
una búsqueda creciente de sentido, silencio, Amor, plenitud.

Muchos se acercan de nuevo al misterio, no tanto por obligación o costumbre, sino por hambre.
Hambre de plenitud (Intus eras).
Hambre de belleza (Pulchra est Maria).
Hambre de una presencia que no se compre ni se consuma (Agua que salta hasta la vida eterna).

Y quizá este rebrote no sea otra cosa que el mundo adulto reconociendo, con cierta humildad, que necesita aprender otra vez a mirar como un niño.

3. Donde todo niño encuentra hogar: la Eucaristía

Hay un lugar donde la infancia espiritual deja de ser metáfora y se vuelve experiencia:
el Sagrario.

Lo importante no es el lugar sino a quién encontramos ahí. 

Allí, Cristo permanece callado, humilde, frágil.
Como un Niño.
Es la simplicidad absoluta de Dios, escondido para que podamos acercarnos sin miedo, tan vulnerable.

El mundo puede ignorarlo, pasar de largo, vivir acelerado, despreciarlo.
Pero Él sigue allí, día y noche, sin reproches.
Esperándote, sí a ti.
Amándote.
Sosteniéndote.

La infancia espiritual conduce siempre a la Eucaristía, como María conduce a Jesús, porque sólo un corazón pequeño se atreve a creer que necesita de un Dios que se hace Pan para él.
Sólo un niño entiende que el Amor verdadero elige la forma más sencilla para ser recibido, repartido, comido, adorado.

CONCLUSIÓN:
Volver al
Sagrario… como niños

Si este mundo está viviendo un rebrote espiritual, es quizá porque Dios está llamando a muchos a reencontrarse con Él. El Sembrador sigue saliendo a sembrar, el Maestro sigue saliendo a llamar: «deja tus redes, tu familia, y ven en pos de mi».

Y ese encuentro tiene un lugar concreto:
el Sagrario, donde Cristo nos espera solo, paciente, casi escondido.

Te invito —nos invito— a acercarnos como Santa Teresita:
sin pretensiones, sin grandezas, sin miedo.
Con la libertad ligera de un niño que aún cree en los milagros y que sabe que alguien le ama sin condiciones.

Entra en una iglesia silenciosa.
Mira el Sagrario como quien mira un misterio tierno.
Y dile simplemente:

“Señor, aquí estoy.
Hazme pequeño,
para poder encontrarte.”

Porque el auténtico rebrote espiritual del mundo comenzará cuando muchos corazones vuelvan —como niños—
a Cristo abandonado en los Sagrarios.

Ecríbenos:

Valero Vilariño García

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