ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)
Julio 2024
“MEMENTO, Adorador”: Acuérdate de que en este mes…
Éste es el título de uno de nuestros apartados en nuestras publicaciones mensuales, además de las ya consolidadas Cartas y Noticieros. Se trata de “memorare” o “recordare” para traer a la memoria y al corazón acontecimientos, efemérides, aniversarios, fiestas principales, avisos, normas de funcionamiento de la ARPU, medios también de formación y animación que nos ayuden a coger y asimilar más y más el “espíritu” y las “normas” de nuestro precioso carisma.
Del libro: “FIGURAS Y TEXTOS EUCARISTICOS. Una historia de veinte siglos de doctrina, de fe, amor y devoción al Santísimo Sacramento”, de José Luis Esteban Vallejo. Figura n. 8.
LOS PRIMEROS CRISTIANOS:
Su vida y la Eucaristía.[1]
El Sínodo sobre la Eucaristía (octubre de 2005) «se propone ayudar a los fieles a considerar como paradigmática la experiencia de la comunidad primitiva y la de las generaciones de los primeros siglos» La experiencia a la que se refiere en la Proposición n. 30 es sobre la vivencia del «Dies Domini» (Día del Señor = Domingo) que también llama «Dies Christi» (Día de Cristo). Iré proponiendo en qué sentidos son paradigma, en qué aspectos de la vivencia de la Eucaristía.
«La vida entera del cristianismo es un largo día de fiesta»[2]. Este tema que ya se encuentra en Filón y Aristóteles, pero podemos decir que es cosecha propia de los cristianos. Para el cristiano, la fe ilumina la monotonía gris del tiempo. El creyente reparte sus días entre su familia, su trabajo y su comunidad. Mezclados con los paganos, amenazados de continuo por la contaminación o la denuncia en clima de persecución, los cristianos sienten la necesidad de reunirse, de compartir el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía, con un fervor común. Se reúnen en un mismo lugar; forman una «parochia», expresión que traducimos por ‘parroquia» pero que estrictamente significa: «los que residen como extranjeros» en este mundo, con conciencia de su existencia efímera» (p. 193). Cada creyente comparte una misma fe con todos los que le han rodeado, acogido, el día de su bautismo, y siempre que los hermanos y hermanas se reúnen es para recordar juntos que el Señor está en camino con ellos.
La jornada transcurre entre trabajo, oración, diversiones (las permitidas según su condición). Según la Didaché, los primeros cristianos mantuvieron la costumbre (tomada del judaísmo) de rezar tres veces al día ya con el nuevo contenido que les aportaba la fe cristiana predicada, trasmitida y recibida. Ahí entra la oración del Padrenuestro. En el momento de clarear el día y al caer la noche el cristiano se recoge en oración. Por la mañana, Tertuliano aconseja ponerse de rodillas para esa primera oración que abre el día, como signo de adoración y de postración ante Dios (cf. de Oratione, 23). El orante se vuelve hacia oriente de donde llega la luz verdadera[3]. Un siglo más tarde el espíritu latino, ya más codificado, establece que sea a la hora de tercia, a la sexta y a y ala nona[4].
Los cristianos acostumbraban a rezar de pie, con las manos elevadas, las palmas abiertas, en la actitud de los orantes que a veces vemos en las catacumbas, igual que Jesucristo había extendido los brazos en la Cruz[5]. Es, sin duda, la actitud que adoptaban los fieles de Antioquia y de Roma, de Cartago y de Alejandría, Procedente del mundo sumerio y del judaísmo, esta actitud parecía la más adecua- da para expresar por medio del cuerpo el movimiento del alma y su deseo de Dios.
A la oración de las horas fijas hay que añadir la oración de bendición antes de las comidas. También en esto la comunidad cristiana sigue el ejemplo de Jesucristo mismo[6]. La comida comienza como el ágape con una oración y acaba decentemente. En esto se diferencia también de los paganos, además de hacerlo en la sobriedad en el comer y en el beber y en compartir con los pobres y desheredados. El ágape es una comida modesta y frugal y de caridad entre hermanos. Unida a la celebración de la Eucaristía desde la época apostólica. especialmente los Domingos. Después, a lo largo de la semana, los cristianos procuraban reunirse ¿Se celebraba la Eucaristía? Hay un hecho cierto: la Cena Eucarística con la paz de Constantino ya no se celebraba -a excepción de la gran Vigilia de la Pascua- por la noche como era la costumbre primitiva y en época de persecuciones -antes de salir el sol- sino por la mañana. Cuando la Comunidad se reúne por la mañana, se abren dos días de ayuno facultativo: miércoles y viernes. Tertuliano los llama, statio, término castrense que significa «facción». Es un ejercicio de vigilancia y un parón privilegiado a lo largo de la semana.
Unida o no al ágape, la bendición de la lámpara o del lucernario abría la vigilia litúrgica eucarística del sábado por la noche. Según Tertuliano esta costumbre[7] fue tomada del judaísmo. En Tróade, Pablo ofició a la luz de un gran número de lámparas (cf. Hch. 20,8). La Lámpara del sábado por la noche simboliza la resurrección del Señor y proclama que el Resucitado es la luz del mundo. Posiblemente esta entronización de la luz, en Oriente y en África, fueron una reacción contra el culto al sol, una corriente entre los paganos[8] Uno de los cánticos más antiguos que afortunadamente cantamos en la actualidad compuesto por Lucio Deiss recoge el significado de aquel rito de la luz tan expresivo en una época en que no había luz artificial durante la noche: «Oh Luz gozosa de la Santa gloria del Padre celeste, inmortal, santo y feliz Jesucristo». siguen las estrofas: «al legar ocaso del sol (…). Tu eres digno de ser alabado por santas voces (…). La Doctrina de los doce Apóstoles (la Didaché) nos describirá más detalladamente el rito en esta época y más aún cuando llegue San Justino y la Tradición Apostólica de San Hipólito.
La propagación rápida del cristianismo.
Pienso que, si el cristianismo se propagó rápidamente por todo el Imperio Romano, siendo España una de sus Provincias, también llegaría -por las mismas causas humanas-sociales de la expansión del cristianismo- para todo el Imperio. Nuestros antepasados, pues, se vieron motivados a aceptar la Religión del Crucificado-Resucitado por los siguientes motivos o causas, que fueron en general argumentos o testimonios convincentes, supuesta la causa divina, la acción del Espíritu Santo y la fuerza de la Eucaristía en el corazón de los primeros cristianos:
1.- Encontraron el sentido último de la vida que las religiones naturales no pueden dar.
2.- Experimentaron el amor fraterno: «Mirad cómo se aman (Tertuliano S.III).
3.- Por el celo apostólico personal de cada uno de los cristianos: «de boca en boca» al estilo de los primeras – apostólicas comunidades cristianas.
4.- Por el testimonio de las familias cristianas numerosas, amantes de la vida.
5.- Por el testimonio heroico del martirio. Los «cristianos perseguidos, nombre dado por el Imperio a los seguidores de Cristo (así comenzaron a llamarse en Antioquia) no dan culto al Emperador porque hay un único Señor: Jesucristo. Esta fue la causa del martirio de tantos «confesores de la fe» en los tres primeros siglos; y porque «la sangre de los mártires es semilla de cristianos» (Tertuliano), su testimonio movía a muchos a convertirse; incluso entre los que habían sido sus verdugos.
6.- Por el proceso del catecumenado para la Iniciación Cristiana se garantizaba una formación y experiencia de la vida cristiana tan sólida, fuerte y gozosa que fundamentaba la perseverancia en general en nueva religión abrazada de Cristianismo.
Concluyo esta figura eucarística comunitaria con el canto de Comunión «Los primeros cristianos ofrecieron su cuerpo como trigo: nosotros acosados por la muerte, bebemos este Vino»[9]
[1] Cf. Adalbert G. HAMMAN, La vida cotidiana de los primeros cristianos, Palabra, Madrid 1985, 293 pp. (traducido del original francés).
[2] Clemente de ALEJANDRÍA, Stromata, VII, 47, 3.
[3] Cf. Orígenes, De ORATIONE, 32; Tertuliano, Apologeticum, 16, 10; Clemente de ALEJANDRIA, Stromata VIl, 43,7.
[4] Cf. Tradición Apostólica, 41; TERTULIANO, De Oratione, 25; CLEMENE DE ALEJANDRIA, Stromata Vl, 40, 3.
[5] Cf STRABON, Geografía, 192, IV, 3,2; SUETONIO, Cal. 20; Juvenal, Sat. I,
[6] Cf. EUSEBIO, Historia Eclesiástica, V, 1,20.
[7] Cf. TERTULIANO, Ad Nat. I, 13.
[8] San Basilio, De Spiritu Sancto, 29, 73.
[9] Cancionero Litúrgico Nacional, 024