XXXV Carta-Circular del Consiliario Nacional: Febrero 2020

 

LOS ANGELES EN LA VIDA DEL SEÑOR, DE SU IGLESIA, DEL CRISTIANO  Y EN LA ARPU (V)   

“Ángeles del Señor, bendecid al Señor, ensalzarlo con himnos por los siglos”(Dn 3, 59). 

Queridos adoradores (as) de Jesús Sacramentado en la ARPU 

Os saludo de nuevo, al comienzo de este mes de febrero, metidos de lleno en el tiempo ordinario de la Iglesia y de nuestro quehacer de cada día profesional, apostólico, eucarístico…Os decía el mes pasado que “con la presencia de Jesús Niño, Dios de amor, vengan al mundo, a vosotros, a todos los asociados y simpatizantes de la ARPU la paz y la bondad. ¡Por muchos años! Para este 2020 en concreto”.

Vamos viendo en las Cartas de diciembre-enero pasados la presencia de los Ángeles en los misterios de la Encarnación y Navidad del Señor, de la Epifanía y Vida oculta o escondida del Señor en Nazaret (30 años). Sigamos contemplando con y como María en nuestro corazón (cf. Lc 2, 19 y 41) los misterios de la Vida Pública del Señor que se recogen en la contemplación de los misterios luminosos del Santo Rosario. Veamos para este mes en qué episodios intervienen los Ángeles y cómo vivirlos en sus enseñanzas para nosotros y para todos los demás que tanto lo necesitan.

Como siempre son interesantes nuestras reflexiones y prácticas para nuestra vida de cristianos adoradores de Jesús Sacramentado en la ARPU. Él está condensando –haciendo presentes- esas enseñanzas y misterios en la Sagrada Eucaristía. Por tanto, en la celebración de la Santa Misa y de manera permanente en los Sagrarios. Así lo enseña magistralmente -nunca mejor dicho- el Catecismo de la Iglesia Católica en un número denso e importantísimo como pocos (cf. CIC n. 1085). “En la Liturgia de la Iglesia, comienza diciendo, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual (…)”. Y lo concluye diciendo “El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección  permanece y atrae todo hacia la Vida”.

1.- En la vida pública del Señor:

“El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf. Lc 3,23; Hch 1, 22)”.  (CIC n. 535).

1.- En el Bautismo del Señor. ¿Hay ángeles? Sí.

Santísima Trinidad

 

Si “es la manifestación  (“Epifanía”) de Jesús  como Mesías de Israel e Hijo de Dios”, más aún de la Santísima Trinidad de Dios pues “entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, vino sobre Jesús y la voz del Padre le proclama que él es “mi Hijo amado” (Mt 3,13-17) como enseña el CIC (en el mismo n. 535), tenemos que afirmar que donde está Dios están sus Ángeles, sus ejércitos, su corte, sus servidores, etc.

Por otra parte, como nosotros “entramos en comunión con los Misterios de Jesús” (cf. CIC 519-520) por el Bautismo, los misterios de la vida de Jesús son nuestros misterios. Toda la vida de Cristo es misterio; no sólo los de la Encarnación, Navidad, Epifanía sino los de la vida oculta (en la que ya vimos la presencia y acción de los ángeles) y ahora los misterios de la vida pública. Necesitamos de la ayuda e intervención de los ángeles para vivirlos, para asimilaros; misterios que podemos resumir, como lo hacemos en el tercero de la luz: en “la predicación del Reino y llamada que Jesús hace a todos a la conversión”.

Recemos y meditemos los misterios del Rosario. Es una exhortación que tenemos en los Estatutos de la ARPU (cf. art. 6º.).

¿Cómo?  poniendo los signos del Reino que da Jesús y señala el mismo CIC: los milagros, la fe en él, la liberación de los hombres de la esclavitud  más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en nuestra vocación de hijos de Dios y causa de todas las esclavitudes o servidumbre humanas, la derrota del reino de Satanás (Cf. Mt.12, 26).

Ahora bien, todos los misterios del Señor que hemos de hacer nuestros, están condensados en el “misterio de la fe” que Jesús nos mandó celebrar: los de su cruz y resurrección: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). Precisamente “por la Cruz de Cristo será establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus (“Dios reinó desde el madero de la Cruz” (cf. nn. 547-550). Cuando Jesús, “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” reciba el bautismo de sangre en la cruz, el agua y la sangre que brotarán de su costado infundirán el poder de santificarnos en los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía y en relación con ellos en los demás sacramentos.

Aquel Jesús que anduvo hacia Juan el bautista, humilde y escondido, es el mismo que misteriosamente y más escondido aún está y viene en los signos del pan y del vino; está para venir también para nosotros en cada asamblea y adoración eucarística. Nosotros lo acogemos con las mismas palabras con que Juan el Bautista lo acogió y lo mostró a las gentes: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», dichosos los invitados a la Mesa del Señor»: al banquete en  el que Cristo es nuestra comida…;

Los invitados no rechacemos el participar, porque sin este alimento será imposible alimentar la Vida divina que nos comunicó el Bautismo: Vida de hijos de Dios en el Hijo, “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pet 1,4). También nos hizo “sacerdotes de Dios su Padre“ (cf. Ap 1) y “profetas del Altísimo para preparar los caminos del Señor” (Lc1, 76) como  Juan Bautista; testigos y apóstoles suyos.

Para crecer en esa Vida y misión “Este es el Pan de los hijos…este es el Pan de los fuertes….”.

También para recibir bien los sacramentos y santificarnos están los Ángeles puestos al servicio de nuestra salvación (cf. Hb 1,14); salvación que mana de Jesús Sacramentado como de su fuente. Es lo que muestran y manifiestan estos Ángeles.

 

¿Hemos pensado qué sería de nosotros sin Jesús en los Altares, en los Sagrarios, en las Custodias? Y aunque los tuviéramos ¿si estuvieran vacíos? ¿Estaríamos esperando como esos Ángeles para acogerle? ¿Qué sería de nosotros, de la Iglesia, del mundo si no hubiera sacerdotes que le hagan sacramentalmente presente?  La Iglesia no sería “su” Iglesia, nosotros disminuidos o reducidos, “vacíos” espiritualmente sin su aliento, sin la alegría, el consuelo y la esperanza de su presencia real…, el mundo sería -es- peor sin estos “puntos de ignición”: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! (Lc 12, 49). Pero también cabe preguntarse ¿de qué nos serviría tenerle como “fuente” si no acudimos a beber en ella? De “alimento” si no le comemos bien, de “fuego” si no conecto con Él, del ser “Dios con nosotros” si no le recibimos, no le visitamos, no le acompañamos como Él desea y nosotros le necesitamos para apagar nuestra hambre y nuestra sed, recuperar el calor perdido y gozar de su presencia como Él goza con los hijos de los hombres?

Para que no sea así o para que sea así “como Jesús desea” está la ARPU. Cada uno de sus  miembros: para prolongar o preparar a recibir para nosotros y los demás los efectos redentores de la celebración de la Santa Misa, de la Comunión, de su Presencia sacramental por “antonomasia” en los Sagrarios.

¿Hemos pensado alguna vez en la relación de los ángeles y los sacramentos que recibimos? ¿Pedimos su ayuda? ¿No los recibiríamos con mayor eficacia y fruto de la redención?

La Fundadora de la ARPU, llena y con ansias del fuego del amor de Jesús, bien que se lo pedía al Ángel de la Guarda: “Ángel de la Guarda, dulce mensajero, dile a mi Jesús que por Él me muero”. Así comienza una poesía que escribió en el año 1924.  https://arpu.es/oraciones-y-poesias/

“Pidamos a nuestro Ángel Custodio que nos llene de fe y confianza en Jesús, en su Presencia real en el Tabernáculo. Pidámosle que nuestra fe sea tan grande que cambie nuestra manera de actuar y vivir; que nos sintamos impulsados a estar como Él como aquellas gentes de Palestina y su confines, para escuchar sus palabras y ser curados de todas nuestra dolencias”.

Pidámoselo esto mismo a los Ángeles custodios de los demás que queremos acercar a Jesús Eucaristía.

2.- Y después de las tentaciones del Señor. Sí. Cf. Mt. 4,11)

 

 Escala de Jacob

 

“Entonces lo dejó el diablo y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían”.

Podemos hacer un pequeño comentario. Los Ángeles aparecen sirviendo a Jesús después de la victoria sobre Satanás y de sus tentaciones en el desierto de la cuarentena, después de su ayuno voluntario y redentor (cf. Mc 1,13; Lc 4,1-13). Como exégesis podemos decir también:

“La  victoria es consecuencia de la constancia en la lucha. Nadie es coronado sin haber vencido: ’Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida’ (Apc 2,10). Los ángeles, que vienen y sirven a Jesús después de haber resistido a las sucesivas tentaciones, nos muestran la alegría interior que Dios da al que se opone con esfuerzo a la tentación diabólica. Contra ésta Dios nos ha dado también poderosos defensores a los que debemos invocar: los ángeles custodios”[1].

¿Lo hacemos así? Porque todos tendremos tentaciones y de todos tipos resumidas en las tres que padeció el Señor para darnos ejemplo y fuerza para vencer. San Agustín comentando el salmo 60 nos advierte:

“Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete también vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado”.

San Juan resume también en tres las tentaciones y concupiscencias: concupiscencias de los ojos, de la carne y soberbia de la vida:

“…Porque lo que hay en el mundo -la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (cf. 1 Jn 2, 16-17).

Se pueden sintetizar también en los siete pecados capitales o raíces y fuentes de pecados o tentaciones: las de los pecados capitales son “soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza” (cf. Compendio del CIC, p.231).

En la Eucaristía y en su adoración tenemos el Pan de los ángeles, el Pan de los fuertes para vencer. ¿Somos conscientes de ello? ¿Lo deseamos con esta humildad de reconocer que lo necesitamos para no pecar, para caer menos en los pecados veniales de los cuales nadie se libra a excepción -que sepamos- de la Bienaventurada Virgen María?  (Es de fe según el Concilio de Trento); y asimismo, ¿para evitar los mortales?

Canta un himno eucarístico que recoge esta fe de la Iglesia:

“O salutaris Hostia quae Coeli pandis ostium,

bella premunt hostilia, da robur, fer auxilium”.

Traduzco:

“Oh saludable Hostia, Que abres la puerta del Cielo;

Los enemigos estrechan su cerco; Danos fortaleza, préstanos auxilio”.

 

Que los santos ángeles que le ADORAN gozosos en su presencia, y han recibido órdenes para que nos acompañen en nuestros caminos (cf. salmo 60), nos acompañen; lo hacen y harán si los invocamos en nuestros compromisos de amor con Jesús Sacramentado.

Como despedida de la Carta os exhorto a  leer y meditar o reflexionar los demás documentos mensuales: Noticiero, Memento o Memorare…como “cosas de familia”, de nuestra Asociación ARPU. Y  a poner en práctica todas estas enseñanzas.

También expreso mi agradecimiento por los testimonios de afecto, interés y oraciones que en mi situación de enfermo disponiéndome a recibir 30 sesiones de radioterapia me habéis manifestado. Gracias. La oración no se pierde, todo lo alcanza.

Estemos todos unidos

Estando unidos a Cristo,

-con gozo siempre lo estamos-

Con Jesús Sacramentado. 

Burgos, 2 de febrero de 2020, domingo-festividad de la Presentación del Señor

Fdo.: José Luis Esteban Vallejo. – Consiliario Nacional de la ARPU

 

[1] Sagrada Biblia-Santos Evangelios, EUNSA, Pmaplona1983, p.157.

 

 

 

 

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