ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)
Febrero 2023
CARTA-CIRCULAR DE LA ARPU
Queridos adoradores (as) de Jesús Sacramentado en la ARPU:
Empiezo recordando a nuestro consiliario, Rvdo. Don José Luis Esteban Vallejo, por su gran trabajo realizado en estos años donde se dedicó a que todo/as los fieles tuvieran conocimiento y se enamoraran de Jesús Sacramentado.
Tenía su propio estilo de escribir las Cartas-Circular, el Memento, el Noticiero, y grandes documentos actualizados de los Santos Padres de la Iglesia en todo tiempo y todo momento.
En su recuerdo, seguimos haciendo estas Cartas-Circulares, que modestamente en este mes voy a realizar.
Mi intención es enviar un mensaje de Amor que nos lleve a prepararnos para este tiempo que se acerca y que produce en muchos cristianos la satisfacción de encontrarse verdaderamente en los brazos de Nuestro Señor Jesús.
Cuaresma y Adoración al Santísimo
La Cuaresma es, como sabemos, tiempo de preparación para la Pascua, un tiempo especialmente favorable, apto para la conversión y el crecimiento y además del sentir a Jesús en el Sagrario vivo y hablándote amorosamente para que le escuches y aprendas a vivir el Evangelio. Es un tiempo de gracia, gracia que vamos a pedir, porque sin ella no hay crecimiento posible de nuestra estatura espiritual ni tampoco de quitarnos las legañas de nuestros ojos para ver con claridad los regalos de Nuestro Señor Jesús.
Hemos de crecer en todas dimensiones del Espíritu, según los puntos geométricos que él nos vaya marcando. En esta Cuaresma. ¿Por qué no nos proponemos crecer en el encuentro hacía el hermano? Todo hombre, según la enseñanza de Jesús, debiera ser nuestro <próximo>. Pero de eso nada. ¡Estamos tan lejos los uno de los otros! Y no solo de los que están materialmente distantes, sino de los mismos que están bien cercanos. Necesitamos <aproximarnos> los unos a los otros, un gran esfuerzo de aproximación. Sea la Cuaresma una marcha hacia el hermano.
La Cuaresma te pide conversión. Muy bien. Si te pones en camino hacia el otro, te convertirás radicalmente; no podrás dar un paso si no has empezado a convertirte. Ir hacia el otro exige desarraigo, abrirte al otro exige vaciamiento, vivir para el otro exige morir para sí.
Caminar hacia el otro
Después que has abierto tu puerta y has visto fuera, empezamos a caminar. Después que has visto a los unos y a los otros, ve a su encuentro. Pero hay que saber ver. ¿Recuerdas al príncipe Siddhartha Gautama, cuando decidió abrir las cuatro puertas de su palacio? Vio con la mente y con el corazón. Vio a los otros; vio a los enfermos y miserables; vio el sufrimiento; se sintió responsable, y entonces se puso a caminar. ¿Y te acuerdas cuando el P. Damián o Raúl Follereau <vieron> a los leprosos? No dejaron de caminar hacia ellos, hasta hacerse un leproso, el uno; hasta sacrificarlo todo por ellos, el otro.
El encuentro
Te encuentras con el otro cuando sientes y sufres y padeces con él. Cuando haces tuyas las cosas del otro, como si fuese <tu propia carne>, la empatía.
Tiempo favorable
La cuaresma es como los atrios del gran templo pascual, en cuyo interior manan las fuentes abundantes del bautismo, la confirmación y la eucaristía, sacramentos típicamente pascuales. Todo el edificio es sacramental. Entremos, pues, de lleno a este lugar sagrado, en este tiempo sagrado.
Efectivamente, ahora es el tiempo oportuno, el ahora, para poder estar en adoración ante el Santísimo, contemplando su hermosura, su sabiduría, sus consejos, su mirada………. Mirarlo para que se fije en mí, presente ante Él, sintiendo su olor y su amor.
Que seamos consciente de esta Santa Cuaresma, de preparación para la Pascua.
Con esto deseo ¡Sea por siempre alabado el Corazón de Jesús Sacramentado!
Málaga, 1 de febrero de 2023
Fdo.: Andrés Serrano Trujillo, Diácono. Delegado Diocesano en Málaga y Vocal-2 del Consejo Nacional de la ARPU.
Termino con el Mensaje que dejo como preparación y también para ampliar y sentir silenciosamente, pero suavemente, el amor de Jesús Sacramentado.
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013
Creer en la caridad suscita caridad «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)
“Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.
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La fe como respuesta al amor de Dios
En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.
«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor… La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).
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La caridad como vida en la fe
Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).
La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
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El lazo indisoluble entre fe y caridad
A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.
La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf.Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).
En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.
A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.
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Prioridad de la fe, primado de la caridad