ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)

Noviembre 2023

Del libro: “LA EUCARISTIA AL RITMO DEL TIEMPO Y DE LA VIDA DEL CRISTIANO” de José Luis Esteban Vallejo.

Manual del adorador de Jesús Sacramentado en la Adoración Real, Perpetua y Universal (ARPU): doctrina-oración-práctica.

1.2.- La Eucaristía en el Catecismo de la Iglesia Católica[1] , y en otros documentos.

El Catecismo de la Iglesia Católica en los nºs. 1322-1419 en los que trata de la sagrada Eucaristía y supone un claro avance con relación a la Sacrosanctum Concilium en algunos puntos:

1.- Perspectiva de la Historia de la salvación en la Liturgia: presenta la Eucaristía insertándola en la economía de la salvación.

2.- El Misterio Pascual y su celebración en la liturgia.

3.- La dimensión eclesial “fuente y cumbre de la vida eclesial” como ya la había presentado el Concilio Vaticano II en L.G. = Lumen Gentium (Luz de las gentes) 11 y P.O. = Presbiterorum Ordinis (Orden de los Presbíteros) 5.

4.- La Liturgia, obra de la Trinidad, más en concreto la dimensión de presencia real por el poder de la Palabra y del Espíritu Santo (cf. nºs.1373-1381), el protagonismo del Espíritu Santo en la Liturgia.

5.- El carácter mistagógico en la celebración.

6.- La dimensión escatológica de la Liturgia: “pignus  futurae  gloriae”: anticipación de la gloria celestial (cf. nºs 1402-1405).

Puede haber sucedido que al insistir tanto el Concilio en la celebración litúrgica de la Eucaristía, especialmente en el santo Sacrificio Eucarístico -y con razón, todo era poco- «para que los fieles participen…consciente, activa y fructuosamente» (S.C.11,48) se hayan oscurecido los demás aspectos del Misterio. Tal participación «consciente, piadosa y activa» -tan necesaria entonces como ahora y siempre- pudiera parecer que los aspectos de presencia eucarística (o Eucaristía-presencia real) y el consiguiente culto y la adoración perpetua al Santísimo fuera de la Misa quedaban en penumbra; por eso los documentos posteriores[2] iluminan espléndidamente todos estos aspectos del «misterio admirable»; y es que fue como poner cauce y vías o medios para que aquellos “principios más altos” (altiora principia) obtuvieran su pretendido fin: la renovación cristiana de los fieles o de la misma Iglesia como tal. Se ha dicho con razón que la Eucaristía es el corazón de la Iglesia y donde florece la vida eucarística, allí florece la vida de la Iglesia. Efectivamente, no basta con señalar que la Eucaristía es “fuente, cumbre, raíz, centro”; no bastaría con señalar, aunque sea cierto que toda la vida eclesial tiene como su quicio en la celebración eucarística, y que sin ella no se construye la vida de la comunidad (cf. P.O. 6); no bastará con decir que la Eucaristía es la cumbre de la predicación o evangelización. Alguien -teólogos, especialistas, autoridades eclesiásticas en el tema-, en congresos nacionales o internacionales-, ha señalado que el centro necesita unos radios, la cumbre unas laderas, la fuente unos ríos para que lleguen a fecundar la tierra[3] . Y esos cauces o medios, digámoslo ya, son la adoración y el culto al Dios escondido, también fuera de la Misa: puesto que es prolongación del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo preparación (cf. Estatutos art.5º); y es el modo hasta psicológicamente válido y eficaz -el trato con Jesucristo requiere tiempo- para tantas cosas como son necesarias de tratar y que apenas se puede hacer en el breve tiempo en que tiene lugar  la celebración eucarística de la Santa Misa.

Son los documentos del Magisterio posteriores al Concilio los que han ido determinando aplicaciones para vivir de modo complementario e integrador todos estos aspectos de siempre sobre el misterio insondable e inagotable de la Eucaristía. Los Estatutos de la  ARPU recogen este texto de Juan Pablo II en la Carta a los Obispos (ya citada), 1980: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto Eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la oración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las grandes faltas y delitos del mundo. No cese nuestra adoración» (art.3).

No podemos entender la Eucaristía considerando solamente alguno de sus aspectos. En la economía de la salvación, es decir, en la realización histórica del plan salvífico de Dios, este misterio no es sólo y primariamente comida, banquete, ni sólo acción de gracias, ni sólo sacrificio. Es, a la vez, don de Dios y sacrificio de acción de gracias; es glorificación del Padre y salvación del hombre; es regalo personal y eclesial; es promesa y exigencia. Tampoco puede ser considerada como conjunto de aspectos y dimensiones diversas; tenemos que descubrir su centro de unidad. La Eucaristía sólo se explica desde el misterio trinitario. La Iglesia se dirige en acción de gracias al Padre, fuente de todo bien y origen de la historia de la salvación, y recibe de Él a Jesucristo, como Don de Dios al hombre y a toda la humanidad; eso acontece por la fuerza del Espíritu Santo.

«La Eucaristía es al mismo tiempo, precisa Juan Pablo II, Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia, procurando devolver a Cristo amor por Amor, para que Él llegue a ser verdaderamente vida de nuestras almas»[4] .

Las palabras del mismo Pontífice a los peregrinos con motivo de la beatificación del obispo de la Eucaristía, D. Manuel González, (en los días 29 y 31 de abril de 2001) son muy expresivas al respecto: «En efecto, nuestra existencia carecería de algo esencial si nosotros no fuéramos los primeros contempladores del Rostro de Cristo» (cf. N.M.I. = Novo Millennio Ineunte, 16).

¿Qué mejor contemplación del Señor -pregunto yo- que adorarlo y amarlo en el Sacramento de su presencia real por excelencia? y continuaba el Papa:

«El culto eucarístico es el centro que fortalece toda vida cristiana, pues los fieles, respondiendo a la petición del Señor: ¡Quedaos y velad conmigo! (Mt. 26, 38), encuentran en Él la fuerza, el consuelo, la firme esperanza y la ardiente caridad que vienen de la presencia misteriosa y oculta pero real del Señor».

«Os aliento, pues, a todos a imitar al nuevo Beato en su trato asiduo con el Señor Sacramentado presentándole los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la humanidad actual (cf. Gaudium et Spes, 1,1).

«Al mismo tiempo animo (…) a permanecer siempre fieles al carisma de su fundador, acompañando a los hombres y mujeres de hoy a escuchar la voz de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, presente en el Sagrario».

De este carisma del Obispo de la Eucaristía o bien del Sagrario abandonado (expresivo por cierto su mismo epitafio en la catedral de Palencia: «¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!») Participa nuestra Asociación y Movimiento (él fue el director espiritual de la Fundadora principal de la ARPU, Doña Juana Carou Rodríguez).

 

[1] C.I.C. 1992, nºs.1322-1419.

[2] Cf. S. Congr. de Ritos, Instr. Inter Oecumenici, (1964); Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei: A.A.S. (1965), pp. 753-774; S. Cong. de Ritos, Instr. Eucharisticum Mysterium: A.A.S. 59 (1967), pp.539-537), Instr. Tres abhinc annos (1967); S. Congr. para la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Inmensae caritatis, Ritual Romano De sacra Communione et de cultu Mysterii eucharistici extra Missam, ed. típica,1973; Juan Pablo II, Carta Apost. Dominicae Cenae, Carta a los Obispos, El Misterio y Culto de la Eucaristía (1980); Código de Derecho Canónico, cánones 897-958, (1983); Catecismo de la Iglesia Católica, nºs. 1322-1419 (1992); Congregación para el Clero, Instr. El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los Sacramentos y guía de la Comunidad ante el tercer milenio cristiano (19-III-1999), cap. III, n. 2 y puntos de reflexión correspondientes; Comité para el Jubileo del año 2000, Eucaristía, Sacramento de vida nueva, especialmente el cap. VIII; Instr. El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (18-X-2002), n.21. Juan Pablo II, Enc. Ecclesia de Eucharistia (17-IV-2003);  ID. Ecclesia in Europa, (28-VI-2003), n.75.

[3] Marcelo González, la adoración eucarística en la vida de la comunidad cristiana, en VIII Congrego Eucarístico Nacional, Valencia (1972), pp. 347-366.

[4] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptor Hominis, 20.

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